sábado, 28 de febrero de 2015

VIAJE AL CENTRO DEL RECUERDO

    Parte de la historia de Argentina y de la intrahistoria de la familia del autor se dan la mano en una obra en la que encontramos magníficas reflexiones. Se trata, sin duda, de un acto valiente y transcendental el del escritor: valiente, por su capacidad de mirar a la cara al pasado familiar y trascendental, por ir más allá, por conocerse a sí mismo de forma más profunda a través de la vida de otros.
  • ¿Duelen al regresar? ¿O empiezan a sanar cuando regresan, y entonces descubrimos que duelen hace mucho, los recuerdos? Viajamos en su interior. Somos sus pasajeros.
  • este bebé no llora, sólo mira. ¿Y eso es grave, doctor? Más o menos, señora; digamos que, si el nene se acostumbra a mirar tanto, entonces va a tener que aprender a llorar.
  • Su infancia había sido un extensión de hambre con un fondo de miedo.
  • Los cuartos de servicio daban a un patio interior, por lo que aquella parte de la vivienda parecía tan oscura y secreta como la lucha de clases.
  • Por entonces el gobierno del presidente Illia repartía libertad con moderación, y las calles se abrían, y las páginas hablaban.
  • Dar un paseo con mi bisabuelo Jacobo era como salir con un niño canoso.
  • Si no apostaba ahora, con veinticinco años, por sus convicciones, ¿cuándo demonios iba a hacerlo? Pero, por otro lado, estaba la voz del tercer hombre del teléfono. Su hijo. Su marido. Y estaba la hermana de su marido, viva de casualidad en Madrid. Y estaba la librería Jaque al libro. Y estaban los que no estaban.
  • Mis padres se amaban menos pero se querían más.
  • Escribir y leer es una manera de actuar.
  • Mostraba una creciente inclinación al suspiro.
  • Un bastón y un pañuelo: el sudor y el tropiezo, caminar y recordar. “Yo, a mi edad, más que una persona soy un período histórico”.
  • Mi calendario era el de un náufrago: yo no era ellos ni tampoco nosotros. (No era católico ni judío).
  • La coquetería metafísica de mi bisabuela la había aprendido acaso de su madre, doña Genia. Una vez le preguntaron a doña Genia por qué jamás usaba ropa negra. Ella, que por entonces superaba los ochenta años, contestó que vestiría de negro cuando fuera vieja.
  • Anita nunca tuvo la ocurrencia de quejarse. Me pregunto si, como suele ocurrir con las personas compulsivamente alegres, lloraba por las noches cuando nadie la veía.
  • Una noche, mientras pensaba en las instrucciones para dar cuerda a un reloj (Cortázar), me llamaron a cenar y acudí tarde.
  • Comenzó a estudiar con la urgencia de quien necesita darle alcance a un destino.
  • Unas pecas borrosas le constelaban la piel.
  • Nos sentíamos eufóricos porque estábamos solos, nuestros padres nos habían dejado en la puerta del cine y no iban a volver hasta un rato después de la película. Fuimos los cinco a Pumper Nic, bebimos Pepsi, comimos con Kétchup y torcimos la boca para hablar: íbamos siendo libres, damn it.
  • inmersa en el silencio nuevo de su casa vacía, se puso a ordenar sombras.
  • La tía abuela Delia (graba una carta): “ de pronto me emociona no hablar con vos ahora sino estar, no sé, invocándote, diríamos, cuando ni siquiera estoy segura de si vamos a poder estar juntos, o si yo misma voy a existir...”.
  • Optimista radical, Rubén sonreía como si no existiese otra posibilidad. Eso se convirtió en una actitud estética y en una convicción política: la utopía como temperamento.

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