sábado, 31 de enero de 2009

Elegía a Ramón Sijé. Miguel Hernández.

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


No sé cuántas veces he leído este poema y mucho menos las que lo volveré a hacer,pero cada una de sus lecturas siempre parece la primera.
Antes de perder a mis seres más queridos me removía cada uno de sus versos, ahora me sacude.

EL MUNDO ES UN PAÑUELO


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En pinzas para la manipulación de alimentos llegaron a convertirse mis dedos de opositora no hace demasiado tiempo, los folios entre mis manos. A veces llegué a creer que aquellos papeles plagados de ideas, que debían infectar mi cerebro, solo llegarían a convertirse en la extensión de mis extremidades superiores, pero finalmente mis manos parecieron recabar la información necesaria para terminar con el calvario: el despertador de las siete y cuarto, la exploración dentro del armario en busca de algún conjunto que siguiese alimentando mi fama de coqueta, la ducha, la ausencia de un buen desayuno , la travesía de media hora hacia el santuario de la docencia, el timbre de las ocho y treinta, el timbre de las dos y cuarto, el regreso de treinta minutos, la mesa puesta, el escaso reposo, las horas de estudio, la cena, el descanso nocturno y la vuelta a las siete y cuarto. Días, semanas y meses, no sé si años. Qué curiosa la elasticidad del tiempo, ¿verdad?, raquítica cuando una orden superior te obliga a estar en casa a las tres y las agujas marcan las dos y media, gigantesca cuando esperas en un hospital que algún milagro libere a un ser querido de las zarpas del minutero.
Son las cinco de una plomiza tarde de enero, comienza la quinta de las charlas semanales que forjan la varita mágica que me mudará definitivamente a un estadio superior, al de los funcionarios españoles. Parece que el mago de hoy se retrasa, las cinco y cinco, las cinco y diez … Sin chistera y sin conejo, para mi desilusión, aparece un hombre: lustrosos zapatos marrones, pantalón de pinza cuidadosamente planchado, jersey tostado sobre camisa de cuadros rojos . Su rostro, curtido por el paso de los años, esconde una mirada azul llena una expresividad que no me resulta del todo extraña, como si hubiese navegado en ella antes. Sin pretensiones, aquella figura, de la que apenas conozco la voz, me hace descender a un pasado reciente, el de la lucha cuerpo a cuerpo contra la oposición. Batalla en que la mirada se posaba sobre la vida tras un vuelo distinto: cada minuto libre era un pecado capital, el peregrinaje de garito en garito un sacrilegio, el día de asueto un paso más hacia el fin del mundo. En medio de tanta transgresión se encontraba el necesario y, por tanto, inocente, viaje en ascensor. Aquel despegue suponía los segundos más fascinantes del día: compartir un minúsculo habitáculo con cualquier desconocido, (por más que le doy vueltas no entiendo el motivo por el que un extraño me transporta a una pasada cotidianidad). En medio de tantos rodeos, repaso todos mis círculos sociales pero él no gira en ninguno de ellos. Fue entonces, al borde de la desesperanza, cuando vislumbré en el semblante de aquel desconocido a uno de mis taciturnos compañeros de viaje en elevador, el distinguido vecino del quinto.
Hola. Hola. Multitud de ocasiones me había cruzado con aquel hombre que rondaba los cincuenta, multitud de encuentros fugaces en la acera, en la puerta de entrada o en el rellano, coincidencias que engendraban en aquel desconocido una cara familiar, aunque debo admitir que entonces no hubiese logrado cerrar los ojos y describirlo, aunque me lo propusiese. Ahora el morador del piso número cinco aparece disfrazado de inspector de educación. El mundo es un pañuelo.